¿Has sido tocado(a) alguna vez por la actitud radiante de una persona entrando en la habitación?
Un día, mientras mi esposa y yo entrábamos en un hospital, tuvimos una conversación con una persona que estaba ingresada, a la que no conocíamos. Esta persona enferma se acercó a nosotros para darnos las gracias. Ella no nos conocía, pero vino deliberadamente a darnos las gracias porque nuestra actitud, nuestra alegría y nuestro carácter la habían tocado a lo largo de los últimos días.
La mejor actitud es la gratitud. Cuando estamos agradecidos a Dios por todo lo que nos ha dado, nuestra vida se convierte en una fuente de bendición para los demás.
En ocasiones la vida se vuelve complicada, y puede incluso llegar a ser difícil de sobrellevar. ¡Pero Dios no ha terminado de obrar en nuestras vidas! Sus bondades se renuevan cada mañana, y cuando Le damos gracias por ello, creamos una atmósfera de bendición en nosotros y alrededor nuestro. ¡Nos hace bien, y nuestro entorno también se beneficia de ello!
Tengo una buena noticia para ti: ¡La gratitud es algo que se aprende! El apóstol Pablo decía: “he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación” (Filipenses 4:11).
Piensa en Pablo y Silas: en medio de la noche, en el fondo de la celda más profunda de la cárcel y después de haber recibido muchos golpes, cantaban alabanzas a Dios. ¡Dios transformó su gratitud en un terremoto que rompió sus cadenas! Qué bendición tan extraordinaria. Tal fue así que el guardián y su familia decidieron bautizarse aquella misma noche (Hechos 16:22-33).
La segunda clave por tanto, para vivir la aceleración divina es manifestar una actitud de gratitud en todo tiempo. La gratitud convierte nuestra vida en una fuente de bendición. Y esta bendición que empieza en ti se extiende también a los demás.
¡Deseo que tengas un bendecido día!